lunes, 2 de septiembre de 2013

FRENTE A LA CULTURA DE LA QUEJA

Es curioso cómo a menudo uno se descubre protestando por casi cualquier cosa. Siempre encuentras motivos para sacar punta a la realidad. Siempre hay fisuras, problemas, la realidad es incompleta y se pueden hallar, en los otros, aristas inconvenientes. Y ante ello, se impone protestar, porque si no, te pisan, te ningunean, o te tienes que comer los marrones de otros. Y así, se van sumando voces al coro de lamentos. Todos podemos protestar, unos de otros. Se queja el estudiante de los profesores, estos de los compañeros, todos de la dirección. Los hijos protestan por los padres, y estos se lamentan de lo ingobernables que se han vuelto sus críos. Se quejan los creyentes de la sociedad secularizada que ataca y critica. Los no creyentes de la Iglesia que se quiere imponer. Se quejan los cristianos de a pie de los obispos. Estos, del mundo. Se quejan los trabajadores de los jefes, y estos de aquellos. Se queja la ciudadanía de los políticos, y estos, unos de otros, y todos de «la coyuntura». Hay tantos motivos para protestar, que parecería hasta insolidario no hacerlo, ¿Verdad?.
 
Precisamente por esa abundancia de motivos para la queja es importante mantener la perspectiva. Porque si uno protesta por todo, y en cualquier momento, tal vez se esté quitando lo único que les queda a las verdaderas víctimas de nuestro mundo: la voz. Está claro que el cristiano habrá de ser crítico, profético, idealista y añorar un mundo mejor… pero parte de esa mirada crítica pasa por distinguir bien los verdaderos motivos para la exigencia, de esos otros motivos pueriles y a veces egoístas.
Te pido, Señor, que me enseñes a no protestar por bobadas. A alzar la voz por aquello que merece la pena. Y a ser crítico, no desde el resentimiento o la furia, sino desde la ternura y la compasión.


¿Hay en mi entorno motivos para quejarme?
¿Hay veces que protesto por tonterías?

No hay comentarios:

Publicar un comentario