Cuando el avión está a punto de
despegar la azafata recomienda: “No olviden ponerse la mascarilla de oxígeno
antes de ayudar a los demás”. Creo que nuestro primer impulso sería ayudar y
luego buscar la mascarilla. Pero parece que no puede ser así. Me evocaba la
invitación de Jesús: Ama al prójimo como
a ti mismo. Porque si este amor no está en tu vida, ¿cómo vas a poder ofrecerlo?.
Si no tienes el oxígeno que necesitas
para respirar, ¡Cómo vas a podre reanimar a otros?.
Me ayuda a mirar los conflictos
dentro mucho más amor del que imaginamos sólo que, a veces, se nos atasca y
necesitamos “expertos” que nos ayuden a sacarlo. Los niños son los más
autorizados para ello. Un pequeño con síndrome de down, al que su catequista
invitó a hacer una oración, dijo: “Dios, cura mis pensamientos”. ¡Cuánto bien
nos hace una petición así!. Sufrimos, en ocasiones, por la deriva de nuestros
pensamientos que nos llevan a presuponer, interpretar, enjuiciarnos… Se nos
convierten en pensamientos tóxicos que retienen, sobre todo, las voces
negativas y no nos dejan reconocer el don que contiene cada experiencia. Que
liberación cuando soltamos estos pensamientos y nos crece el espacio para
acoger lo que vivimos, sin filtros, sencillamente, tal como acontece. Entonces
se oxigena nuestra vida y sentimos que podemos dar un respiro a los demás.
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